¿Quién no conoce la leyenda de la hermosa ciudad de Troya y su caída tras el desafortunado Ilíada mezcla el mundo de los mortales y los dioses, títeres y titiriteros en la condición de la raza humana. Todos y cada uno de los protagonistas de la Iliada, desde el joven Paris hasta la bella Elena o el heroico Héctor y el celoso Menelao, actúan por designio - A veces explícito, otras oculto - de los dioses del Olimpo.
enamoramiento de Paris, el príncipe troyano, y Elena, la mujer mas bella de su tiempo? La historia narrada con maestría por Homero, el mayor poeta del mundo clásico, nos sigue conmoviendo con su mezcla única de novela épica e historia de ambición, amor y astucia militar. Como en ningún otro libro nacido de la época helénica, la
La historia de la guerra de Troya narra la huida (algunos dicen que fue un rapto) de Elena, esposa del rey Menelao de Esparta, con el príncipe Paris para luego dar cuenta de inmenso asalto encabezado por los espartanos y el poderoso ejército de Micenas (además de al menos otras ciento sesenta poblaciones griegas) contra la ciudad amurallada de Troya, regida por el magnánimo rey Príamo y su hijo, el gallardo Héctor. La historia que cuenta Homero esta llena de personajes legendarios, como Aquiles, el gran héroe griego, un semidiós celebre no sólo por su belleza sino por su habilidad sobrehumana en el campo de la batalla, una figura legendaria con un solo punto vulnerable: el talón. La valentía entrañable de los troyanos frente a la adversidad y la astucia de las tropas griegas para finalmente entrar a Troya usando un inmenso caballo aparentemente hueco, pero en realidad lleno de soldados sedientos de venganza, son parte ya del imaginario colectivo de la humanidad gracias a la pluma incomparable de Homero.
Aun así, una pregunta persiste: ¿Realmente existió Troya? Desde hace varios siglos, los historiadores de la Grecia clásica han tratado de encontrar la respuesta a esa, una de las preguntas más fascinantes de la historia humana. Existen muy pocas fuentes históricas que incluso sugieran la existencia de la famosa urbe amurallada. Después de todo, los historiadores de la antigüedad dieron por buena, durante siglos, la versión de Homero. Sin cuestionar la historia de la Guerra de Troya, grandes de la historiografía clásica, cómo el célebre Herodoto, aceptaban que la lucha entre los troyanos y los griegos había realmente ocurrido en la gran ciudad ubicada, tal y como lo había dicho Homero, en el estrecho de los Dardanelos entre Grecia y Turquía. Con el paso de los años, sin embargo, los historiadores comenzaron a dudar de lo escrito por Homero. Sin otras fuentes para verificar la fantástica historia narrada por el gran poeta, los historiadores de mundo moderno finalmente catalogaron la Ilíada como una fantástica obra épica de ficción y la descartaron como lo que había sido considerada durante siglos: la narración de un hecho real, quizá el más extraordinario enfrentamiento bélico de la Edad de Bronce.
Pero Troya estaba decidida a evitar el olvido histórico. Para el siglo XIX, varios estudiosos comenzaron a leer con nuevos ojos lo escrito por Homero. Empezaron a encontrar referencias ocultas y fidedignas; sitios que, con el paso de los años, habían sido descubiertos tal y como Homero los había identificado en su magna obra poética. Para mediados del siglo XIX, varios arqueólogos comenzaron a entretener la posibilidad de retomar la búsqueda de la Troya histórica, un lugar que, por milenios, había sido catalogado como obra de la fantasía, un lugar tan irreal como quizá lo fue la Atlantida, Camelot o algún otro de los sitios legendarios que han capturado la imaginación de la humanidad desde siempre. La atención de los estudiosos se concentró en Hisarlik, un monte señorial en la moderna Turquía. Ahí, a finales del siglo XIX, ocurriría un auténtico milagro arqueológico.
El hombre que se encargaría de tratar de descubrir las ruinas de la supuesta ciudad de Troya en Hisarlik se llamaba Heinrich Schliemann, un excéntrico millonario originario de lo que ahora es Alemania. Tras dedicar su vida a la conquista de aventuras y dinero, Schliemann decidió tratar de encontrar el sitio que había obsesionado desde pequeño, desde que leyó la Ilíada de Homero. Tras estudiar a fondo el mundo clásico durante su edad adulta, el arqueólogo en ciernes se trasladó a Grecia por primera vez cuando estaba a punto de cumplir cincuenta años de edad. Maravillado por el paisaje del lugar con el que había soñado por tantos años, Schliemann comenzó a planear su más osada aventura: el descubrimiento de Troya. Mucho ayudó su encuentro con un hombre llamado Frank Calvert, el pionero de las excavaciones en Hisarlik. El conocimiento de Calvert terminó de dar forma a la determinación de Schliemann. Calvert había ya revelado rastros de algo, de algún tipo de ciudadela en el monte de Hisarlik. Schliemann estaba seguro de que ahí, bajo el suelo turco, estaban las huellas de la mítica ciudad de Paris y Elena, donde Aquiles había encabezado a las tropas Troyanas y Príamo había llorado a Héctor.
Schliemann y un equipo de jóvenes arqueólogos aficionados comenzaron a excavar en Hisarlik a principios de la década de 1870. La ambición desmedida de Schliemann lo llevó a cometer errores e imprudencias que, de acuerdo con estudios posteriores, podrían haber dañado vestigios ancestrales. Pero Schliemann no tenía tiempo para el cuidado de las ruinas. Tenía prisa porque albergaba una, y solo una obsesión: encontrar alguna prueba de que ahí, bajo sus pies, estaba Troya. Y entonces, a finales de 1873, las ruinas de lo que al parecer era la antigua ciudad, le regalaron a Schliemann (Y al mundo) un tesoro deslumbrante.
Cuando Schliemann empezó a cavar en Hisarlik jamás pensó encontrar un botín de gran valor. Seguramente soñaba con hallar algún vestigio que le permitiera aventurar la teoría de que ahí, en ese sitio en los Dardanelos, había existido una gran ciudad que correspondía a las descripciones hechas por Homero miles de años antes. La vida, sin embargo, le deparaba una sorpresa sólo comparable, quizá, a la que décadas después vivirían los arqueólogos encargados de hallar la tumba de Tutankamon en Egipto. Para 1873, Schliemann ya había encontrado los restos de varias ciudades construidas una sobre la otra (al final se descubrirían huellas de nueve distintas ocupaciones del monte de Hisarlik). Pero fue en mayo cuando Schliemann encontró el tesoro que lo convertiría en una celebridad mundial.
Durante una excavación junto a una pared de una construcción que el propio Schliemann describía como "El palacio de Príamo", el equipo de arqueólogos halló un artículo de cobre. Sería el primero de muchos objetos que verían la luz después de milenios. En lo que con el tiempo se conocería como "El tesoro de Príamo", Schliemann catalogó objetos tan fabulosos como lanzas, escudos, botellas de oro, vasijas de plata y joyas que, usadas por Sofía, la esposa de Schliemann, dieron la vuelta al mundo en fotografías célebres. Para el arqueólogo, el descubrimiento del tesoro era la prueba culminante de que aquel monte en la moderna Turquía había vivido un pueblo sofisticado. A los hallazgos de Schliemann se suman datos asombrosos: en los rastros de las ciudades de Hisarlik re registra un periodo de violenta destrucción. Y aunque algunos suponen que esa evidencia se relaciona más con un terremoto que una guerra, la duda queda: ¿Realmente estuvo alguna vez la magnífica ciudad de Troya en monte Turco de Hisarlik?
Para finalmente saber a ciencia cierta si Troya estuvo en Hisarlik es necesario también averiguar si otras partes de la narración de Homero realmente pudieron haber ocurrido. Uno de los elementos centrales de la historia de la Guerra de Troya es el famoso caballo de Troya, usado por los soldados griegos Príamo, París y Héctor. Para muchos, el caballo troyano es el elemento más fantasioso de toda la narración homérica. ¿De verdad es posible construir un armatoste de madera de tamaño tal que pueda albergar al menos a un par de decenas de soldados? Increíblemente, parece que sí. Varios documentos históricos dan fe de enormes máquinas usadas para romper los portones de las ciudades que eran atacadas por las fuerzas griegas u otras de la época. No es imposible, entonces, que el caballo de Troya realmente haya existido en el periodo descrito por Homero en la Íliada.
Pero, ¿Qué tan seguro es que Troya haya estado realmente en el monte de Hisarlik en Turquía? Heinrich Schliemann murió convencido de que había encontrado el sitio real donde se había escenificado la batalla mas famosa del mundo clásico. Durante buena parte del siglo XX, sin embargo, la arqueología mundial vio la teoría de Haserlik sobre Troya con mucho escepticismo. Todo eso cambió a partir de los años ochenta, cuando un grupo de arqueólogos encabezados por el profesor Manfield Korfmann, hallaron vestigios de una batalla en la zona y evidencia de que la ciudad había sido mucho mas amplia y poderosa de lo que se pensaba hasta ese momento. Los descubrimientos de Korfmann, que coincidían también con el periodo de la Troya Homérica, finalmente llevaron a la UNESCO a identificar a Hisarlik como patrimonio de la humanidad y a la gran mayoría del mundo a creer que ahí, en el corazón de la Turquía moderna, descansa la ciudad mítica que alguna vez presenció el combate entre Aquiles y Héctor, el amor de París y Elena, y la furia de mil barcos griegos, sedientos de venganza.
Fuente: Historias Perdidas de León Krauze.
enamoramiento de Paris, el príncipe troyano, y Elena, la mujer mas bella de su tiempo? La historia narrada con maestría por Homero, el mayor poeta del mundo clásico, nos sigue conmoviendo con su mezcla única de novela épica e historia de ambición, amor y astucia militar. Como en ningún otro libro nacido de la época helénica, la
La historia de la guerra de Troya narra la huida (algunos dicen que fue un rapto) de Elena, esposa del rey Menelao de Esparta, con el príncipe Paris para luego dar cuenta de inmenso asalto encabezado por los espartanos y el poderoso ejército de Micenas (además de al menos otras ciento sesenta poblaciones griegas) contra la ciudad amurallada de Troya, regida por el magnánimo rey Príamo y su hijo, el gallardo Héctor. La historia que cuenta Homero esta llena de personajes legendarios, como Aquiles, el gran héroe griego, un semidiós celebre no sólo por su belleza sino por su habilidad sobrehumana en el campo de la batalla, una figura legendaria con un solo punto vulnerable: el talón. La valentía entrañable de los troyanos frente a la adversidad y la astucia de las tropas griegas para finalmente entrar a Troya usando un inmenso caballo aparentemente hueco, pero en realidad lleno de soldados sedientos de venganza, son parte ya del imaginario colectivo de la humanidad gracias a la pluma incomparable de Homero.
Aun así, una pregunta persiste: ¿Realmente existió Troya? Desde hace varios siglos, los historiadores de la Grecia clásica han tratado de encontrar la respuesta a esa, una de las preguntas más fascinantes de la historia humana. Existen muy pocas fuentes históricas que incluso sugieran la existencia de la famosa urbe amurallada. Después de todo, los historiadores de la antigüedad dieron por buena, durante siglos, la versión de Homero. Sin cuestionar la historia de la Guerra de Troya, grandes de la historiografía clásica, cómo el célebre Herodoto, aceptaban que la lucha entre los troyanos y los griegos había realmente ocurrido en la gran ciudad ubicada, tal y como lo había dicho Homero, en el estrecho de los Dardanelos entre Grecia y Turquía. Con el paso de los años, sin embargo, los historiadores comenzaron a dudar de lo escrito por Homero. Sin otras fuentes para verificar la fantástica historia narrada por el gran poeta, los historiadores de mundo moderno finalmente catalogaron la Ilíada como una fantástica obra épica de ficción y la descartaron como lo que había sido considerada durante siglos: la narración de un hecho real, quizá el más extraordinario enfrentamiento bélico de la Edad de Bronce.
Pero Troya estaba decidida a evitar el olvido histórico. Para el siglo XIX, varios estudiosos comenzaron a leer con nuevos ojos lo escrito por Homero. Empezaron a encontrar referencias ocultas y fidedignas; sitios que, con el paso de los años, habían sido descubiertos tal y como Homero los había identificado en su magna obra poética. Para mediados del siglo XIX, varios arqueólogos comenzaron a entretener la posibilidad de retomar la búsqueda de la Troya histórica, un lugar que, por milenios, había sido catalogado como obra de la fantasía, un lugar tan irreal como quizá lo fue la Atlantida, Camelot o algún otro de los sitios legendarios que han capturado la imaginación de la humanidad desde siempre. La atención de los estudiosos se concentró en Hisarlik, un monte señorial en la moderna Turquía. Ahí, a finales del siglo XIX, ocurriría un auténtico milagro arqueológico.
El hombre que se encargaría de tratar de descubrir las ruinas de la supuesta ciudad de Troya en Hisarlik se llamaba Heinrich Schliemann, un excéntrico millonario originario de lo que ahora es Alemania. Tras dedicar su vida a la conquista de aventuras y dinero, Schliemann decidió tratar de encontrar el sitio que había obsesionado desde pequeño, desde que leyó la Ilíada de Homero. Tras estudiar a fondo el mundo clásico durante su edad adulta, el arqueólogo en ciernes se trasladó a Grecia por primera vez cuando estaba a punto de cumplir cincuenta años de edad. Maravillado por el paisaje del lugar con el que había soñado por tantos años, Schliemann comenzó a planear su más osada aventura: el descubrimiento de Troya. Mucho ayudó su encuentro con un hombre llamado Frank Calvert, el pionero de las excavaciones en Hisarlik. El conocimiento de Calvert terminó de dar forma a la determinación de Schliemann. Calvert había ya revelado rastros de algo, de algún tipo de ciudadela en el monte de Hisarlik. Schliemann estaba seguro de que ahí, bajo el suelo turco, estaban las huellas de la mítica ciudad de Paris y Elena, donde Aquiles había encabezado a las tropas Troyanas y Príamo había llorado a Héctor.
Schliemann y un equipo de jóvenes arqueólogos aficionados comenzaron a excavar en Hisarlik a principios de la década de 1870. La ambición desmedida de Schliemann lo llevó a cometer errores e imprudencias que, de acuerdo con estudios posteriores, podrían haber dañado vestigios ancestrales. Pero Schliemann no tenía tiempo para el cuidado de las ruinas. Tenía prisa porque albergaba una, y solo una obsesión: encontrar alguna prueba de que ahí, bajo sus pies, estaba Troya. Y entonces, a finales de 1873, las ruinas de lo que al parecer era la antigua ciudad, le regalaron a Schliemann (Y al mundo) un tesoro deslumbrante.
Cuando Schliemann empezó a cavar en Hisarlik jamás pensó encontrar un botín de gran valor. Seguramente soñaba con hallar algún vestigio que le permitiera aventurar la teoría de que ahí, en ese sitio en los Dardanelos, había existido una gran ciudad que correspondía a las descripciones hechas por Homero miles de años antes. La vida, sin embargo, le deparaba una sorpresa sólo comparable, quizá, a la que décadas después vivirían los arqueólogos encargados de hallar la tumba de Tutankamon en Egipto. Para 1873, Schliemann ya había encontrado los restos de varias ciudades construidas una sobre la otra (al final se descubrirían huellas de nueve distintas ocupaciones del monte de Hisarlik). Pero fue en mayo cuando Schliemann encontró el tesoro que lo convertiría en una celebridad mundial.
Durante una excavación junto a una pared de una construcción que el propio Schliemann describía como "El palacio de Príamo", el equipo de arqueólogos halló un artículo de cobre. Sería el primero de muchos objetos que verían la luz después de milenios. En lo que con el tiempo se conocería como "El tesoro de Príamo", Schliemann catalogó objetos tan fabulosos como lanzas, escudos, botellas de oro, vasijas de plata y joyas que, usadas por Sofía, la esposa de Schliemann, dieron la vuelta al mundo en fotografías célebres. Para el arqueólogo, el descubrimiento del tesoro era la prueba culminante de que aquel monte en la moderna Turquía había vivido un pueblo sofisticado. A los hallazgos de Schliemann se suman datos asombrosos: en los rastros de las ciudades de Hisarlik re registra un periodo de violenta destrucción. Y aunque algunos suponen que esa evidencia se relaciona más con un terremoto que una guerra, la duda queda: ¿Realmente estuvo alguna vez la magnífica ciudad de Troya en monte Turco de Hisarlik?
Para finalmente saber a ciencia cierta si Troya estuvo en Hisarlik es necesario también averiguar si otras partes de la narración de Homero realmente pudieron haber ocurrido. Uno de los elementos centrales de la historia de la Guerra de Troya es el famoso caballo de Troya, usado por los soldados griegos Príamo, París y Héctor. Para muchos, el caballo troyano es el elemento más fantasioso de toda la narración homérica. ¿De verdad es posible construir un armatoste de madera de tamaño tal que pueda albergar al menos a un par de decenas de soldados? Increíblemente, parece que sí. Varios documentos históricos dan fe de enormes máquinas usadas para romper los portones de las ciudades que eran atacadas por las fuerzas griegas u otras de la época. No es imposible, entonces, que el caballo de Troya realmente haya existido en el periodo descrito por Homero en la Íliada.
Pero, ¿Qué tan seguro es que Troya haya estado realmente en el monte de Hisarlik en Turquía? Heinrich Schliemann murió convencido de que había encontrado el sitio real donde se había escenificado la batalla mas famosa del mundo clásico. Durante buena parte del siglo XX, sin embargo, la arqueología mundial vio la teoría de Haserlik sobre Troya con mucho escepticismo. Todo eso cambió a partir de los años ochenta, cuando un grupo de arqueólogos encabezados por el profesor Manfield Korfmann, hallaron vestigios de una batalla en la zona y evidencia de que la ciudad había sido mucho mas amplia y poderosa de lo que se pensaba hasta ese momento. Los descubrimientos de Korfmann, que coincidían también con el periodo de la Troya Homérica, finalmente llevaron a la UNESCO a identificar a Hisarlik como patrimonio de la humanidad y a la gran mayoría del mundo a creer que ahí, en el corazón de la Turquía moderna, descansa la ciudad mítica que alguna vez presenció el combate entre Aquiles y Héctor, el amor de París y Elena, y la furia de mil barcos griegos, sedientos de venganza.
Fuente: Historias Perdidas de León Krauze.
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