La literatura y el cine están llenos de monstruos míticos, figuras escalofriantes diseñadas por sus creadores para aterrar al público. Desde villanos de la complejidad psicológica de Frankenstein de Mary Shelley, hasta versiones mucho mas burdas pero no menos efectivas como el célebre asesino Michael Myers de la serie de peliculas Halloween, encontrar un buen susto en la historia de la narrativa moderna no es cosa difícil.
De esa larga lista de representaciones del terror, ninguna puede compararse con la creada en 1897 por el escritor irlandés Bram Stoker. En un golpe de genialidad, Stoker ideó un villano capaz de combinar el canibalismo, el vampirismo y el ejercicio de la más sutil sexualidad. Representado cientos de veces en la pantalla grande y la escena teatral, el protagonista de la novela de Stoker ha habitado las pesadillas de la humanidad por más de ciento diez años. Se trata, por supuesto, del conde Drácula, el voraz vampiro de finos modales y magnética presencia que marcara el principio de la fascinación por la sangre y la antropofagia en la narrativa universal.
Pero la historia de Drácula es terrible no sólo por el personaje ficticio de Stoker. También lo es porque, a diferencia de otros villanos de la literatura y el cine del horror, el vampiro de Transilvania está basado en una figura que realmente existió, aterrorizando, gracias a una imaginación infinita para la crueldad, a pueblos enteros. Detrás del con de Bram Stoker se esconde un aristócrata de la Europa del este de los siglos XV y XVI, un auténtico maestro de la locura. Se llamaba Vald Tepes, príncipe de Valaquia, en la moderna Rumania. Le decían "El empalador".
Vlad Tepes, que tuvo en un puño a la región de los Cárpatos en la segunda mitad del siglo XV, nació en 1431. Fue uno de los hijos de Vladislav II, conocido como "Vlad Dracul", o "Vlado el Dragón", temido cacique de Valaquia. La orden del Dragón gobernó aquella zona de Europa en tiempos complicados. A principios de la década de 1440, el padre de Vlad Tepes firmó, en inferioridad de condiciones, un pacto con los otomanos para garantizar el bienestar de su reino. Entre las condiciones impuestos por los poderosos turcos estaba la entrega de dos de los jóvenes hijos del soberano de Valaquia para ser criados y entrenados en tierra ajena. Ese fue el triste destino de Radu y Vlad, entonces aún en niños, herederos de la gallarda dinastía Dracul. ambos fueron criados por el sultán otomano en condiciones que, uno puede sospechar, incluyeron mucha más humillación que educación. Los dos niños eran, después de todo, hijos de una dinastía despreciada por los otomanos. Es difícil saber qué tanto habrá sufrido Vlad en manos del acérrimo rival de su padre y de su pueblo. Pero lo cierto es que, cuando finalmente volvió a Valaquia a la edad de dieciséis años, su sed de venganza había crecido de manera exponencial. Vlad quería sangre, no paz. Para entonces, su familia ya había sido asesinada de manera cruel y Vlad juró acabar con los enemigos de los Dracul.
Al poco tiempo, con la ayuda de los húngaros, el temible muchacho se hizo del trono de Valaquia y comenzó a cobrar viejas facturas. Aunque su odio más severo estaba reservado para los turcos, Vlad acabó primero con los boyardos, el grupo de nobles responsables del asesinato de su familia. Tras convocar a los boyardos a una cena de gala, Vlad asesinó a los de mayor edad usando su método favorito: el empalamiento, que no es otra cosa más que provocar la muerte lenta de una persona encajándola en un palo, muchas veces a través del ano. A los boyardos mas jóvenes los obligó a trabajos forzados en la construcción de un imponente castillo. Muchos murieron por hambre, o simplemente agotamiento. Aquel sería sólo el principio de un reinado de sangre como pocos ha visto la humanidad.
Después de aquella cruel lección a los boyardos, Vlad Tepes se aprestó a gobernar Valaquia con mano aun más dura. Experto en el arte de acobardar a los ciudadanos, comenzó a ejecutar a sus enemigos de manera pública y dolorosa. Era tal su afición por la tortura que, en 1459, realizó un acto que, de tan atroz, resulta difícil de describir. La pequeña ciudad de Brasov se había revelado en su contra, y Vlad Drácula no tuvo piedad. Tomó la ciudad y capturó a sus ciudadanos, mandándolos ejecutar formando una figura geométrica en lo que llamó "Un bosque de empalados". Después, mando montar una mesa justo en el medio donde comió con toda tranquilidad mientras a su alrededor cientos de personas agonizaban aullando de dolor. Ese era el tamaño de su crueldad.
Vlad Drácula dedicó la siguiente década a vengarse de los turcos, que habían criado después de aquel pacto durante su infancia. Durante años, consiguió victorias salvajes y célebres. En alguna ocasión atrapó a los generales turcos y los abandonó en la frontera, pero sólo después de cortarles los pies y las manos. Su brutalidad se estaba volviendo legendaria incluso para la época, que de por sí no era particularmente misericordiosa. Pero no todos veían con buenos ojos la locura de Vlad Tepes. Poco tiempo más tarde, en una intriga palaciega, el cruel y joven monarca fue capturado y apresado. Se dice que fue entonces que su esposa, a la que amaba profundamente, decidió suicidarse antes que ir tras las rejas. La muerte de su mujer marcaría el resto de la vida del Drácula histórico. Encarcelado en una torre, planeó su venganza. Buscaría liberarse y cobrar aún más vidas. Y, aunque fuera brevemente, lo conseguiría.
Vlad Tepes estuvo preso cerca de una década. Pero no desperdició ni un instante. Desde la cárcel, conspiró para ganar de nuevo el favor de la familia real húngara, única capaz de liberarlo y permitirle volver al sitio que mas amaba: el campo de batalla. Así, alrededor de 1475, el príncipe de Valaquia finalmente logró lo que quería: gracias a un matrimonio de conveniencia con una condesa húngara que le daría dos hijos, volvió a las andadas. Para 1476 ya había conquistado Valaquia de nuevo. Pero eso no lo dejó satisfecho. Sediento de venganza, emprendió una nueva lucha contra sus enemigos históricos, los responsables de los dolores terribles para su familia y su pueblo: los turcos. Pero esta vez no tuvo tanta suerte. A finales de aquel año, en una batalla cerca de la actual Bucarest, el temido Vlad Tepes fue herido de muerte por el ejército rival. El odio de los turcos por el temible soberano de Valaquia los llevó a atrocidades innombrables. Profanaron el cadáver hasta que quedo irreconocible, luego lo decapitaron y enviaron la cabeza a Estambul, la capital del imperio turco, donde el sultán la exhibió para que sus súbditos pudieran comprobar que el enemigo histórico de su pueblo había fallecido realmente.
Pero ese fue sólo el principio de la leyenda de Vlad Tepes. A lo largo de los siglos que siguieron, la figura del príncipe de Vlaquia no hizo mas que acrecentarse y complicarse. El folclor de la región comenzó a referirse a él no tanto como un líder militar despiadado sino como un hombre con poderes demoníacos, capaz de conjurar, en batalla, el respaldo de los espíritus mas malignos. Muchos aseguraban que el espíritu de "El empalador" se aparecía en los campos de batalla, inundando de miedo a las tropas rivales. Para el siglo XVI, Vlad Tepes había dejado de ser el soberano mítico de Valaquia. Ya era, para todos aquellos que escuchaban su nombre, el vampiro de los Cárpatos. Era cuestión de tiempo para que esa leyenda llegara a oídos de un joven novelista irlandés.
Cuatrocientos años pasaron entre la muerte de Vlad Tepes cerca de Bucarest y el nacimiento de la que sería, hasta nuestros días, la figura mas aterradora de la mitología de terror contemporáneo. Para el siglo XIX, la historia de Vlad Tepes había sido recogida en distintos libros de autores reconocidos. Una o más de estas obras alcanzaron a Bram Stoker, un escritor irlandés obsesionado con el folclor europeo. Stoker seguramente se topó con la historia de Vlad Tepes en algún libro que narraba la historia turbulenta de la región de los Cárpatos en la parte final de la Edad Media. Por si fuera poco, Stoker mantenía una amistad cercana con varios estudiosos que, como él, seguían de cerca a las misteriosas figuras que rondaron no sólo el imperio otomono sino el entorno húngaro trecientos años atrás. En cualquier caso, para finales del siglo XIX, Bram Stoker ya había comenzado a escribir una novela que tenía como protagonista a un conde transilvano que, fascinado por la vida eterna, emigraba misteriosamente a las costas de Inglaterra en busca de nuevas conquistas mortales.
Como Vlad Tepes, el Drácula de la novela de Stoker había combatido a los turcos y estaba enamorado de las más negras artes mágicas. Desde su aparición en la Inglaterra Victoriana, al novela causó un revuelo inusitado. Su potente carga erótica convirtió al libro -y a su diabólico personaje- en objeto de polémica y culto. En el siglo que ha pasado desde entonces, el conde Drácula ha aparecido cientos de veces en la pantalla grande, siempre representado como una figura al mismo tiempo melancólica y violenta. ¿Que habría pensado Vlad Tepes de su destino como personaje de ficción? Seguramente le habría encantado. ¿Quién lo diría? A través de Drácula, el príncipe de Valaquia finalmente conquistó la inmortalidad en millones de pesadillas.
Fuente: Historias Perdidas - León Krauze
De esa larga lista de representaciones del terror, ninguna puede compararse con la creada en 1897 por el escritor irlandés Bram Stoker. En un golpe de genialidad, Stoker ideó un villano capaz de combinar el canibalismo, el vampirismo y el ejercicio de la más sutil sexualidad. Representado cientos de veces en la pantalla grande y la escena teatral, el protagonista de la novela de Stoker ha habitado las pesadillas de la humanidad por más de ciento diez años. Se trata, por supuesto, del conde Drácula, el voraz vampiro de finos modales y magnética presencia que marcara el principio de la fascinación por la sangre y la antropofagia en la narrativa universal.
Pero la historia de Drácula es terrible no sólo por el personaje ficticio de Stoker. También lo es porque, a diferencia de otros villanos de la literatura y el cine del horror, el vampiro de Transilvania está basado en una figura que realmente existió, aterrorizando, gracias a una imaginación infinita para la crueldad, a pueblos enteros. Detrás del con de Bram Stoker se esconde un aristócrata de la Europa del este de los siglos XV y XVI, un auténtico maestro de la locura. Se llamaba Vald Tepes, príncipe de Valaquia, en la moderna Rumania. Le decían "El empalador".
Vlad Tepes, que tuvo en un puño a la región de los Cárpatos en la segunda mitad del siglo XV, nació en 1431. Fue uno de los hijos de Vladislav II, conocido como "Vlad Dracul", o "Vlado el Dragón", temido cacique de Valaquia. La orden del Dragón gobernó aquella zona de Europa en tiempos complicados. A principios de la década de 1440, el padre de Vlad Tepes firmó, en inferioridad de condiciones, un pacto con los otomanos para garantizar el bienestar de su reino. Entre las condiciones impuestos por los poderosos turcos estaba la entrega de dos de los jóvenes hijos del soberano de Valaquia para ser criados y entrenados en tierra ajena. Ese fue el triste destino de Radu y Vlad, entonces aún en niños, herederos de la gallarda dinastía Dracul. ambos fueron criados por el sultán otomano en condiciones que, uno puede sospechar, incluyeron mucha más humillación que educación. Los dos niños eran, después de todo, hijos de una dinastía despreciada por los otomanos. Es difícil saber qué tanto habrá sufrido Vlad en manos del acérrimo rival de su padre y de su pueblo. Pero lo cierto es que, cuando finalmente volvió a Valaquia a la edad de dieciséis años, su sed de venganza había crecido de manera exponencial. Vlad quería sangre, no paz. Para entonces, su familia ya había sido asesinada de manera cruel y Vlad juró acabar con los enemigos de los Dracul.
Al poco tiempo, con la ayuda de los húngaros, el temible muchacho se hizo del trono de Valaquia y comenzó a cobrar viejas facturas. Aunque su odio más severo estaba reservado para los turcos, Vlad acabó primero con los boyardos, el grupo de nobles responsables del asesinato de su familia. Tras convocar a los boyardos a una cena de gala, Vlad asesinó a los de mayor edad usando su método favorito: el empalamiento, que no es otra cosa más que provocar la muerte lenta de una persona encajándola en un palo, muchas veces a través del ano. A los boyardos mas jóvenes los obligó a trabajos forzados en la construcción de un imponente castillo. Muchos murieron por hambre, o simplemente agotamiento. Aquel sería sólo el principio de un reinado de sangre como pocos ha visto la humanidad.
Después de aquella cruel lección a los boyardos, Vlad Tepes se aprestó a gobernar Valaquia con mano aun más dura. Experto en el arte de acobardar a los ciudadanos, comenzó a ejecutar a sus enemigos de manera pública y dolorosa. Era tal su afición por la tortura que, en 1459, realizó un acto que, de tan atroz, resulta difícil de describir. La pequeña ciudad de Brasov se había revelado en su contra, y Vlad Drácula no tuvo piedad. Tomó la ciudad y capturó a sus ciudadanos, mandándolos ejecutar formando una figura geométrica en lo que llamó "Un bosque de empalados". Después, mando montar una mesa justo en el medio donde comió con toda tranquilidad mientras a su alrededor cientos de personas agonizaban aullando de dolor. Ese era el tamaño de su crueldad.
Vlad Drácula dedicó la siguiente década a vengarse de los turcos, que habían criado después de aquel pacto durante su infancia. Durante años, consiguió victorias salvajes y célebres. En alguna ocasión atrapó a los generales turcos y los abandonó en la frontera, pero sólo después de cortarles los pies y las manos. Su brutalidad se estaba volviendo legendaria incluso para la época, que de por sí no era particularmente misericordiosa. Pero no todos veían con buenos ojos la locura de Vlad Tepes. Poco tiempo más tarde, en una intriga palaciega, el cruel y joven monarca fue capturado y apresado. Se dice que fue entonces que su esposa, a la que amaba profundamente, decidió suicidarse antes que ir tras las rejas. La muerte de su mujer marcaría el resto de la vida del Drácula histórico. Encarcelado en una torre, planeó su venganza. Buscaría liberarse y cobrar aún más vidas. Y, aunque fuera brevemente, lo conseguiría.
Vlad Tepes estuvo preso cerca de una década. Pero no desperdició ni un instante. Desde la cárcel, conspiró para ganar de nuevo el favor de la familia real húngara, única capaz de liberarlo y permitirle volver al sitio que mas amaba: el campo de batalla. Así, alrededor de 1475, el príncipe de Valaquia finalmente logró lo que quería: gracias a un matrimonio de conveniencia con una condesa húngara que le daría dos hijos, volvió a las andadas. Para 1476 ya había conquistado Valaquia de nuevo. Pero eso no lo dejó satisfecho. Sediento de venganza, emprendió una nueva lucha contra sus enemigos históricos, los responsables de los dolores terribles para su familia y su pueblo: los turcos. Pero esta vez no tuvo tanta suerte. A finales de aquel año, en una batalla cerca de la actual Bucarest, el temido Vlad Tepes fue herido de muerte por el ejército rival. El odio de los turcos por el temible soberano de Valaquia los llevó a atrocidades innombrables. Profanaron el cadáver hasta que quedo irreconocible, luego lo decapitaron y enviaron la cabeza a Estambul, la capital del imperio turco, donde el sultán la exhibió para que sus súbditos pudieran comprobar que el enemigo histórico de su pueblo había fallecido realmente.
Pero ese fue sólo el principio de la leyenda de Vlad Tepes. A lo largo de los siglos que siguieron, la figura del príncipe de Vlaquia no hizo mas que acrecentarse y complicarse. El folclor de la región comenzó a referirse a él no tanto como un líder militar despiadado sino como un hombre con poderes demoníacos, capaz de conjurar, en batalla, el respaldo de los espíritus mas malignos. Muchos aseguraban que el espíritu de "El empalador" se aparecía en los campos de batalla, inundando de miedo a las tropas rivales. Para el siglo XVI, Vlad Tepes había dejado de ser el soberano mítico de Valaquia. Ya era, para todos aquellos que escuchaban su nombre, el vampiro de los Cárpatos. Era cuestión de tiempo para que esa leyenda llegara a oídos de un joven novelista irlandés.
Cuatrocientos años pasaron entre la muerte de Vlad Tepes cerca de Bucarest y el nacimiento de la que sería, hasta nuestros días, la figura mas aterradora de la mitología de terror contemporáneo. Para el siglo XIX, la historia de Vlad Tepes había sido recogida en distintos libros de autores reconocidos. Una o más de estas obras alcanzaron a Bram Stoker, un escritor irlandés obsesionado con el folclor europeo. Stoker seguramente se topó con la historia de Vlad Tepes en algún libro que narraba la historia turbulenta de la región de los Cárpatos en la parte final de la Edad Media. Por si fuera poco, Stoker mantenía una amistad cercana con varios estudiosos que, como él, seguían de cerca a las misteriosas figuras que rondaron no sólo el imperio otomono sino el entorno húngaro trecientos años atrás. En cualquier caso, para finales del siglo XIX, Bram Stoker ya había comenzado a escribir una novela que tenía como protagonista a un conde transilvano que, fascinado por la vida eterna, emigraba misteriosamente a las costas de Inglaterra en busca de nuevas conquistas mortales.
Como Vlad Tepes, el Drácula de la novela de Stoker había combatido a los turcos y estaba enamorado de las más negras artes mágicas. Desde su aparición en la Inglaterra Victoriana, al novela causó un revuelo inusitado. Su potente carga erótica convirtió al libro -y a su diabólico personaje- en objeto de polémica y culto. En el siglo que ha pasado desde entonces, el conde Drácula ha aparecido cientos de veces en la pantalla grande, siempre representado como una figura al mismo tiempo melancólica y violenta. ¿Que habría pensado Vlad Tepes de su destino como personaje de ficción? Seguramente le habría encantado. ¿Quién lo diría? A través de Drácula, el príncipe de Valaquia finalmente conquistó la inmortalidad en millones de pesadillas.
Fuente: Historias Perdidas - León Krauze
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